Si no se atienden los detectores de estrés comenzaremos a notar síntomas cada vez más severos, entre otros, los siguientes:
- Fisiológico: Dolor precordial o sensación de opresión en el pecho, taquicardias o arritmias injustificadas, hipertensión, sudores, escalofríos, disminución en las defensas del organismo (facilitando la aparición de catarros, cuadros alérgicos o asmáticos, etc), dolores cervicales y de espalda, jaquecas, diarreas e incluso úlceras.
- Emocional: Irritabilidad, desánimo, apatía, suspicacia, frustración, ansiedad, anhedonia.
- Cognitivo: Ideas irracionales, escasa flexibilidad, culpabilización a los usuarios o al sistema, problemas de memoria. Flasback (Imágenes de lo ocurrido), sueños recurrentes, confusión, problemas de concentración, desorientación, lentitud de pensamiento, amnesia selectiva.
- Comportamental: Interacciones agresivas, desentendimiento, aislamiento, así como el incremento del uso de alcohol, drogas y tabaco. Hiperactividad e imposibilidad de descansar.
- Social/profesional: Baja satisfacción laboral, aumento del absentismo, propensión al abandono del puesto de trabajo, baja implicación laboral, así como un aumento de conflictos interpersonales con compañeros, familia y allegados.
- Y, por supuesto, además de otros trastornos: el TEP (trastorno por estrés postraumático), que afecta a todas las áreas de la vida y al que hay que prestar especial atención.
Todas las reacciones anteriormente descritas son normales por eso cada uno de nosotros debe darse permiso para tenerlas y expresarlas, porque es lo más natural, porque es lo que más necesitamos hacer.
Para ello, se aconseja:
– Expresa tus emociones y habla sobre ellas…
– Es normal que te encuentres perturbado después de lo vivido. Date permiso para estarlo. Si lo estimas, está bien buscar consejo profesional para sentirte más tranquilo o centrado.
– Con el tiempo, estas reacciones normales irán perdiendo intensidad.
– Poco a poco te irás recuperando y volverás a realizar actividades cotidianas.