Pero… ¿Qué pasa si la amenaza se mantiene durante mucho tiempo (estrés agudo acumulativo o crónico)? Efectivamente, nuestro cuerpo no está preparado para soportar tanta energía durante mucho tiempo y se empieza a perder la eficacia.
- La energía merma y se pierde la atención de la situación, comenzamos a tener errores en nuestras actuaciones.
- Los pensamientos se vuelven más difusos y se tienen dificultades para concentrarse. Menor claridad en la planificación y ordenación de prioridades.
- Nos podemos sentir temerosos ante lo ocurrido y tender a querer evitarla, negándonos a regresar al área siniestrada.
- Se tiende a pensar de una forma catastrofista (todo es malo, no tiene solución, da igual lo que yo haga,…).
- Se empieza a pensar en las cosas que pueden suceder (otro nueva réplica del terremoto,…) y no en cómo enfrentar la situación.
- Nos comenzamos a fijar en las emociones (propias o ajenas) y nos descontrolamos al desatender la parte objetiva del trabajo. Un efecto típico es lo que se denomina “la fatiga de compasión”:
- La responsabilidad emocional es expresada desarrollando intensas relaciones con los supervivientes y sus familiares, y en el proceso de, por ejemplo un rescate, aunque estemos muy cansados nos resistimos a abandonar el lugar donde se encuentran las víctimas.
- Ya no nos percatamos de nuestras necesidades; se está permanentemente en acción sin tener respiros y/o descansos, olvidándose de comer por ejemplo, de descansar adecuadamente o de disfrutar de tiempo de respiro/ tiempo libre.
- Se actúa de una manera inefectiva, sin planificación ninguna, corriendo riesgos innecesarios, dejándonos llevar por el momento.
Seguiremos en próximas entradas